Por JIR
En esta oportunidad prestaremos atención a la presencia de temas religiosos bíblicos o cristianos en la obra de Harold Foster.
Durante los 35 años que dedicó a la producción integral de Príncipe Valiente (y a su breve y ocasional apéndice, El castillo medieval), Foster realizó solo otros dos trabajos conceptuales, ambos para el King Features Syndicate. El primero fue The Song of Bernadette, sobre las apariciones marianas en Lourdes: treinta tiras diarias de dos o tres viñetas con texto al pie, publicadas por primera vez entre abril y mayo de 1943, con amplia distribución en el mundo y reeditadas últimamente por Fantagraphics en 2019.
El otro ejemplo es The Christmas Story, una serie de seis ilustraciones sobre el nacimiento de Jesús en preparación a la Navidad de 1948. KFS las relanzó en portafolio en 1996.
El mundo de la Alta Edad Media, que Foster transitará con libertad creativa para situar las aventuras de Príncipe Valiente, se configura en buena parte en torno a la expansión y consolidación del cristianismo más allá de la Europa mediterránea. Veremos algunas muestras de cómo esto se refleja en la trama de la obra, con referencia cronológica a su aparición en los periódicos (tal vez apartándonos un poco de algunos de los criterios definidos en nuestra primera entrega).
Nunca creyente fervoroso, Val tampoco es testigo neutro del proceso cultural que se está dando en derredor: destroza imágenes de ídolos paganos (1953), contrae matrimonio con Aleta ante un ex-cardenal devenido ermitaño (1946) y bautiza, con escenificaciones siempre apoteósicas, a sus cuatro hijos: Arn (1949), las mellizas Valeta y Karen (1952) y Galan (1961).
En el texto de Foster, el mítico rey Arturo Pendragon se involucra en persona en la propagación de la nueva fe entre sus súbditos (1962). Y el propio Val es identificado por su creador como un caballero cristiano que consagra su espada al servicio del bien y la justicia ante altares o santuarios (1954 y 1961). Como tal peregrinará a los Lugares Santos de Palestina (1954 y 1961) y tendrá un acercamiento --frustrante-- a uno de los tópicos de su tiempo: la búsqueda del Santo Grial (1960). Además, encomendado por su padre, el rey Aguar, irá a Roma (y luego a Rávena) en busca de misioneros para su tierra natal (1950 y 1951).
Dos personajes cristianos arquetípicos trabarán amistad con él y lo acompañarán en episodios menores. Uno es Patrick, encarnación fosteriana del santo patrono de Irlanda (1953 y 1960). El otro es Wojan, un ingenuo monje predicador que causará problemas pero de cuya pureza de intención Val nunca duda (1962). El primer encuentro con Wojan ocurre gracias a que, mientras viajan de regreso a Britania, Val y Aleta ingresan a su monasterio un domingo, atraídos por campanadas… ¿a escuchar misa? A los dos misioneros ayudará en sus proyectos constructivos: abadía y nueva iglesia. Sin embargo, no dejan de tener su lugar en el relato ni sujetos marginales que medran con la piedad de los más simples ni advertencias contra la intolerancia y el fanatismo.
Durante la etapa de retiro gradual de sus responsabilidades autorales, Foster no elimina completamente los elementos religiosos. Así, ya con dibujos de John Cullen Murphy, entrarán a escena el glotón Fray Guibert y el joven caballero, orante y obsesivo, Gunther, con quien Val emprende un nuevo viaje a Jerusalén (1977) en pos de vengar muertes y recuperar reliquias y objetos sagrados robados de una catedral. Más tarde, con el medievalista John Cullen Murphy Jr. al mando del guion, Arn retomará la tradición de las grandes ceremonias con una pomposa boda cristiana (1987).
Siempre resultó un poco desconcertante que toda la producción citada aquí proviniese de un consecuente agnóstico como Harold Rudolf Foster. Se ha querido ver en los ingredientes cristianos de Príncipe Valiente solo una intrusión inevitable del contexto histórico de la narración (aunque nada obligaba a una implicación personal del protagonista). O una mera táctica defensiva frente a la consideración de los cómics como una influencia negativa para niños y jóvenes, que ganaba espacio en E.E.U.U. en la década del cincuenta (aunque la datación de los elementos religiosos en la obra de Foster los ubica en un arco temporal mucho más amplio). Sería más simple suponer que, sin poseer la fe cristiana, valoraba su influjo civilizatorio y elevador. En cualquier caso, lo paradójico a estas alturas del siglo XXI (paradójico, no imposible ni inconcebible) es que un librepensador no creyente como él, puesto a retratar el Medioevo, se abstuviera de practicar revisionismo creativo-militante y ejecutar sus típicas operaciones de falsificación (omisión, menosprecio, descalificación, distorsión, exageración, etc).